Fuente: es.fifa.com

En el decenio de 1930, el Campeonato Brasileño enfrentaba a selecciones de los diversos estados del país, y los torneos concluían invariablemente con un choque de intensa rivalidad, entre Río de Janeiro y São Paulo, que se repartieron los siete primeros títulos. Este duelo se repitió en su octava edición, la de 1931: los paulistas, cuya figura era el gran Arthur Friedenreich, defendían el trofeo como visitantes.

La noticia de que la estrella de los cariocas, Nilo, sería baja para el encuentro representó un mazazo para las aspiraciones de su equipo de recuperar el título. Pero los seguidores más informados sabían que su ausencia no suponía un problema, y se lanzaron a corear “¡Leônidas, Leônidas!” en las gradas de São Januário. La apuesta era alguien de solamente 18 años. El único inconveniente es que, en la víspera de la final, el muchacho estaba convencido de que no iba a ser alineado, y había pasado la noche en un baile, jugado un partidillo por la mañana “para mantener la forma” y devorado además una cazuela de alubias al mediodía. Cuando se le comunicó que formaría en punta, quedó aterrorizado.

Pero, por suerte, ya no había vuelta atrás. Controló su nerviosismo en el segundo tiempo y contribuyó con dos goles y una asistencia a la victoria inapelable de los suyos. Tras el pitido final, cuando el equipo celebraba el título, Friedenreich se dirigió a él para felicitarlo, un gesto de fuerte peso simbólico: era como si le estuviese entregando el testigo. Leônidas da Silva, precozmente, estaba preparado para llevarlo más allá de sus fronteras y convertirse en el primer astro internacional brasileño.

Creatividad y persistencia
La familia de Leo quería que el chico triunfase en campos como el derecho o la medicina. Ahora resulta difícil imaginarlo, pero en Brasil hubo un tiempo en que cualquier niño que manifestase el sueño de emprender una carrera de futbolista recibía una buena reprimenda. Sin embargo, este carioca no pensaba más que en los partidillos que jugaba en el barrio de São Cristovão.

Con improvisadas pelotas de trapo, los pies descalzos y las paredes de las fábricas como compañeras de juego, acabó rindiendo a sus familiares por cansancio y dejó los estudios a los 14 años: su inventiva y su determinación, inagotables, eran dos rasgos de su personalidad que nunca lo abandonarían. “A veces no siempre jugaba bien, pero nunca me sentía cómodo con la derrota”, afirmó. Empezó a recibir ofertas para jugar en equipos de aficionados de su barrio, y poco a poco su nombre fue conocido por todas las calles de la zona. A los 16 años se convirtió en deportista federado, al fichar por el Sírio Libanês. Luego se incorporó al Bonsucesso, que reunió a una generación talentosa para desafiar a los grandes clubes. A los 18 años, acaparaba titulares.

Leônidas fue derribando tabúes uno a uno hasta debutar con la selección brasileña en 1932. El combinado nacional atravesaba un cambio generacional y, entre una enorme desconfianza, se confeccionó un equipo de jóvenes talentos para disputar un torneo amistoso en Montevideo ante Uruguay, el campeón del mundo. Y medirse a un rival de ese calibre en un abarrotado Estadio Centenario aparentemente no fue nada comparado con la presión que el muchacho había soportado en São Januário. Hizo añicos a la Celeste, y firmó los dos goles del triunfo brasileño.

El gran escaparate
Un diferendo político surgido en los años posteriores enturbió los preparativos de aquella prometedora Seleção para la Copa Mundial de la FIFA Italia 1934. Leônidas se integró en un plantel mermado, que distaba de estar a punto y cayó derrotado en su estreno por 3-1 ante España, algo que no volvería a suceder. El ariete logró el único tanto de los sudamericanos. Aquel año también realizó su primera gira por Europa, en la que marcó 13 goles en 11 partidos.

El equipo se recompuso, y volvió unido a la Copa Mundial de la FIFA Francia 1938. Las expectativas eran inmejorables, y en buena parte estaban justificadas por la sensacional forma de Leônidas, ahora líder del Flamengo, dispuesto a tomar por asalto el resto del mundo y convertirse en el “Hombre de goma” o el “Diamante Negro”.

El primer compromiso, saldado mediante una victoria por 6-5 sobre Polonia en la prórroga, se convirtió en uno de los más memorables de la historia de la cita mundialista. El atacante materializó tres goles, incluido el último, que destacó por un detalle: lo hizo sin bota. En un despeje defectuoso del guardameta polaco, Edward Madejski, el brasileño estuvo muy vivo para aprovechar el rechace, recuperó el esférico en el área grande y, como en su niñez en Río, disparó rápidamente a puerta, descalzo, ya que en la acción anterior su bota había quedado atrapada en el césped encharcado.

No obstante, Brasil aún tendría que afrontar otra batalla en cuartos de final, contra Checoslovaquia. La primera contienda terminó en empate a 1-1, los brasileños sufrieron dos expulsiones y volvieron a marcar a través de Leônidas, quien también presentó en el escenario internacional la acrobática jugada que había creado: la bicicleta.

Su invento fue recibido con una mezcla de admiración y asombro. “Ese hombre de goma, en el suelo o en el aire, posee el don diabólico de controlar el balón en cualquier lugar, y lanza chutes violentos cuando menos se espera. Cuando Leônidas marca un gol, uno cree estar soñando”, describió el periodista Raymond Thourmagem, de la revista Paris Match. En un segundo partido contra los checoslovacos, el seleccionador Adhemar Pimenta retiró a todos los titulares, excepto a su estrella. Descansado, el equipo venció 2-1 y accedió a las semifinales. El problema fue la lesión muscular sufrida por su artillero.

Leônidas no pudo jugar frente a la campeona del mundo, Italia, y sus compatriotas perdieron 2-1. Pero regresó en el choque por el bronce, y colaboró con otras dos realizaciones y un pase decisivo al triunfo por 4-2 sobre Suecia. Brasil subía así por primera vez al podio en una Copa Mundial de la FIFA, y el delantero volvió con la Bota de Oro a casa, donde le aguardaba una fiesta interminable.

La consagración
Las gestas con la Seleção no se repetirían (se despidió en 1946, ya muy lastrado por sucesivas lesiones de rodilla), pero conquistó muchos títulos más con sus clubes, empezando por el Flamengo, conjunto del que fue su primer gran ídolo de masas.

Tras una crisis en la Gávea, protagonizó el fichaje más caro del fútbol brasileño de aquella época, por el São Paulo. En el Morumbi, demostró que los más pesimistas se equivocaban y que todavía le quedaban fuerzas para mucho más. El equipo progresó con su ayuda, y pasó a plantar cara a Corinthians y Palmeiras.

Leônidas participó en competiciones oficiales hasta 1950, y no tuvo la oportunidad de coincidir con Pelé en los terrenos de juego. En 1940, no obstante, al abandonar por problemas físicos un entrenamiento del Flamengo, cedió su puesto a una revelación de 18 años, Thomaz Soares da Silva, Zizinho. En ese momento se iniciaba un nuevo ciclo del fútbol brasileño, y el testigo permaneció en buenas manos hasta llegar a O Rei.